miércoles, 29 de abril de 2020

Danza es trabajo

Comencé a bailar cuando era chica, frente a la pantalla de un televisor. Pasaban un programa que se llamaba Música en Libertad, creo que tenía cuatro años, eso me lo contó mi madre. Entonces me anotaron en danza. Iba al jardín de infantes del colegio de monjas de Bell Ville, el huerto, y llevaba dos bolsitas los días que tenía danza. La del jardín y la de danza. Era azul, me la había hecho mi mamá, me acuerdo que tenía bordado mi nombre. Ahí llevaba los zapatos de español, las castañuelas que tenían pintadas la imagen de una maja con peineton y mantilla. Me gustaba mirar esos dibujitos. Y las zapatillas de ballet. La profesora creo que se llamaba Johneret, no sé cómo se escribe, tampoco me acuerdo de ella. Del pelo negro de mi maestra de jardín sí me acuerdo, era negro y brillante, negro azulado, a seño ¿Merino era? algo así. Viví en muchos lugares diferentes, conocí muchas personas y lugares. Por eso mi memoria se confunde, se mezcla. Pero hay recuerdos imborrables. Después nos fuimos a vivir a Viedma. Tenía seis años. Mi mamá me llevó al Centro Cultural, para que pudiera seguir bailando. Pero no había lugar, la matrícula estaba llena, así que me anotaron en flauta dulce por sugerencia de la profe, una divina Cristina Casadei, (algo así). Al año siguiente pude empezar, danza contemporánea. Era un flash como dicen ahora les pibis. Tomábamos clases con profes de Buenos Aires, viajaban para eso, eran del Teatro Gral San Martín. Teníamos que cortar la planta del pie del cancan. Entonces algunas veces nos enrollábamos los cancanes rosados y teníamos clases descalzas. Era lo mejor. Me acuerdo que nos hacían caminar en círculo, a veces flotábamos como si fuéramos nubes, otras corríamos, nos reíamos. También aprendíamos algunas coreografías, y movimientos especiales de la pelvis, años después supe que era la técnica Graham. Una vez nos llevaron a la costanera del Río Negro, esa clase no me la olvidaré nunca en toda mi vida, espero si no me agarra el alemán. Teníamos que cerrar los ojos y abrir los brazos, y mientras la profesora nos hablaba. Nos decía que escucháramos el río, los pájaros, el viento. Que nos moviéramos como si fuéramos árboles, quietos, que el viento nos movía las hojas. Sentir, sentir y bailar así suave, en el lugar. Cuando tenía nueve nos fuimos a vivir a Salta. Ahí cambió todo, el paisaje, los aromas, el folklore, el duende abajo de la higuera, los viernes noches de brujas, pesadillas, temor. Hasta que me acostumbré. Y me anotaron en la academia de danzas Miriam Pedrazzolli. Iba a danzas clásicas y españolas. Los clases y los ensayos eran muy estrictos, mucha disciplina. El puntero en la cola para que la pusiera dura. Y plié, demiplié, batman, rondechamp, y uno y dos y tres. Arriba, saltar, barre a terre. Castañuelas, técnica del flamenco. Los palillos, los toques de castañuelas, los veintitres zapateos, ¿eran veintitres?. El maestro Callejas, el maestro Ricardo Novich, la primera bailarina del ballet argentino de La Plata. Los profesores del teatro Colón que nos tomaban los exámenes. Siempre me sacaba diez en improvisación. Pero no tenía mucha apertura, mi grand ecart no era bueno. Me costaba sostener altas las posiciones. Pero me gustaba mucho bailar, y me aprendía todas las coreografías, entonces me ponían en muchas en la fiesta de fin de año. Mi madre, siempre acompañándome. Siempre la espera durante las clases, se llevaba el tejido y me cosía todos los trajes. También enseñaba a otras a coser y a veces hacía vestidos gratis para alguna madre, o la profe le pasaba sus ideas y mi mamá las llevaba a la tela. Y mi papá llevándonos y trayéndonos de todos lados. Ahí también tomé clases de jazz cuando llegó la novedad, con la música de la película Rocky, tarara, tararara, tarara, tarararataratararararaaaaaaaaa. Y las calzas de lycra. Pero todo tiene un final. Y nos mudamos a Corral de Bustos, y se acabó la danza para mi en plena etapa de crecimiento, trece, catorce años, la profe le había dicho a mi mamá que si no había una buena academia no me mandara, que mejor no me mandara a un lugar donde no tuvieran buena técnica porque me iban a arruinar, algo así. En Corral de Bustos volví a patinar, así que me cambiaron las piernas, los músculos. Después nos fuimos de nuevo a Bell Ville, dieciseis años. Ahí encontré una profesora excelente, Luz Ana Cacciavillani, formada en el San Martín de Buenos Aires, así que retomé la formación en danzas clásicas y contemporáneas. Después llegó un día el maestro García, a darnos un seminario, vino desde Córdoba, era profesor y director creo en ese momento en el Seminario de Danza del teatro del libertador. Y nos marcó una coreografía con el vals del brindis de La Traviata. Me había puesto de solista, con un tutú negro, corto, por primera vez en mi vida tenía un protagónico, con tutú corto y negro. Me sentía tocar el cielo con las manos. Y tenía que hacer jasépadevurépiruet jasépadevurépiret...La noche de la función, algo muy extraño ocurrió, en plena función, en el momento preciso en que tenía que dar los dobles giros que tanto había ensayado, bailaba con Darío García, mi partenaire, un pas de deux, jasépadevurépiruet ZAZ!!! se cortó la luz, volvió, vamos de nuevo para el otro lado, jasépadevuré piruet ZAZ! se cortó de nuevo. Y ahí se acabó la ilusión. Chau ciela con las manos. Después por invitación del maestro García, que supo que venía a Córdoba a estudiar, habló con mi maestra y me dijo que probara en el Seminario de Danza, me ofreció una beca, qué generosidad, yo no podía creerlo, me sentí tan feliz. Y comencé a asistir a las clases. A la mañana bellas artes, a la siesta una materia cuatrimestral de derecho y a las seis de la tarde hasta las ocho clases de ballet clásico en el Seminario de Danzas del teatro del Libertador San Martín, ex Rivera Indarte. Eso sí que no me lo esperaba. La vida te da sorpresas sorpresas te da la vida... Y empecé. Al principio me sentía muy cohibida, me quedaba al final de la barra, ó al medio, quería pasar desapercibida. Pero el maestro ya me conocía. ¡Y las chicas de acá eran tan delgadas! y eso que yo pesaba 50 kilos, pero el maestro se paraba atrás mío y me decía susurrando desde la nuca GORDA, GOORRRDAAA. Decía que tenía que adelgazar. En el vestuario una vez me comí un alfajor de chocolate, era mi merienda a la salida de la facultad, y una compañera me miraba deseando, pero la madre al lado la retó, y no sé qué le dijo de las clases complementarias. Yo también empecé a tomar clases aparte, no me acuerdo si en simultáneo o después, con el maestro Carlos Flores, en la calle Colón, qué hermosura. También con Emilia Montagnoli. Y las chicas tenían posiciones tan altas, tanta elongación. Yo me sentía un poco torpe, y corta. Me parecía que me faltaba mucho. Que no llegaba. Mi hermano me iba a buscar a la salida todos las noches. Y volvíamos al departamento en la calle Ob. Salguero 21, a media cuadra de la Figueroa. Comíamos algo y me tiraba en la cama, y me quedaba tirada, llorando boca abajo, lloraba hasta que me quedaba dormida. Porque sabía que tenía que elegir. Y la danza no me ofrecía muchas chances. Además no me gustaba el ambiente del teatro, era muy competitivo. Algunas peleaban por el primer lugar de la barra. Llevaban todos los días un conjunto distinto de maillot, cancanes de diferentes colores. Yo me juntaba con dos o tres, algunas nos hemos vuelto a ver con el correr de los años. El encuentro más lindo fue con la Lili, en la facu de filo. Cómo nos reímos con esas anécdotas, un día fuimos al río con otra compañera más que no recuerdo su nombre, que ahora de grande practicaba capoeira. Hoy llené un formulario que están haciendo para relevar el campo de trabajo de la danza. Porque yo bailo, y mi baile es trabajo. Hago performance, danzaperformance, y videodanza. Sigo bailando y lo seguiré haciendo hasta que mi cuerpo y mi mente lo permitan. Amo la Danza, en todas sus formas. Cuando estaba en el colegio también aprendí folklore, los domingos en Salta, íbamos al cole, se llamaba el oratorio, y ahí tomé clases de folklore. Y también bailamos la zamba con el Proyecto .txt de Patricia Avila, con la Ro Belcasino, Claudia Castro, y tanto más. Y a veces en el Ipem también bailamos, en los actos escolares, profes y estudiantes, bailamos zamba, chacarera o carnavalito. Y a veces me toca compartir mesa de exámenes con la profe de danza y el profe de música. Y también he bailado tanto en los boliches, cómo me gustaba bailar, y no esperaba que me saquen, bailaba sola, cuando no se usaba. Me miraban raro, no me importaba. Es lindo bailar de a dos, de a tres, en ronda, soles. Qué hermoso que es bailar, bailemos. La danza también es trabajo. Hoy en día hay más oportunidades, convocatorias, espacios de formación, talleres, premios, salones, y ritmos. Salsa, bachata, tango. Es el día de la danza hoy, me enteré por las publicaciones de algunas amigas, en instagram, en facebook. Por eso me senté a escribir esto.

No hay comentarios: